He observado durante mis muchos años como psicoterapeuta el fuerte impacto de las dinámicas familiares sobre cada uno de sus miembros. Me voy a referir aquí, en particular, a la profunda influencia que ejercen las madres en la personalidad de sus hijas.
Los conflictos entre madres e hijas son frecuentes, y es importante prestarles atención. Por lo general comienzan en la pubertad, se agudizan en la adolescencia y a veces se calman, con "suerte", en la adultez. ¿Por qué tanta resonancia? ¿Por qué hay tantas hijas que rechazan la posibilidad de parecerse a sus madres?
El tema, como todo lo humano, es complejo. Es verdad que los hijos, para crecer, deben encontrar su propia individualidad y para ello necesitan diferenciarse de los padres, aunque eso signifique el repudio transitorio de muchas cosas buenas aprendidas en el hogar. También es cierto que los tiempos cambian y que las experiencias de la madre en gran medida dejan de ser válidas para las hijas, para quienes todo suena anticuado.
Sin embargo hay un aspecto de este problema que va más allá de las particulares características de las integrantes conflicto. La terapeuta Rosjke Hasseldine, que ha investigado el tema, opina que el conflicto entre madres e hijas se origina en el descuido emocional y la invisibilidad de las necesidades de la mujer, que es característica de muchas culturas.
Estas experiencias provocan un estado de "avidez emocional" que se transmite de generación en generación. De este modo, sin saber cómo satisfacer sus propias necesidades, estas mujeres vuelcan en sus hijas sus propias inseguridades y desvalorización, a veces incluso haciendo a las hijas responsables por sus carencias. Esta situación provoca frustración y enojo en las hijas y a la larga las priva del apoyo que necesitarán de sus madres.
He escuchado relatos de mujeres que perpetúan el papel dependiente y sacrificado que han aprendido de sus madres, aceptando y manteniendo relaciones abusivas por temor a enfrentarse al reto que significaría exigir ser escuchadas y respetadas. Dedican sus esfuerzos a complacer a sus parejas, a sus padres, madres y hermanos, sin encontrar una voz que permita saber qué quieren ellas, qué les sucede. Esto confunde a las hijas, que intentan cuidar a sus madres y al hacerlo ignoran sus propios sentimientos y deseos.
También he oído historias aparentemente opuestas, mujeres que sienten que necesitan controlarlo todo, decidirlo todo, en un intento desesperado por evitar "ser como mamá". Esto también las deja empobrecidas y solas, porque no pueden permitirse "bajar la guardia", conectarse con los demás con la confianza de que serán comprendidas, cuidadas y escuchadas.
La identificación temprana de la niña con su madre establece los cimientos sobre los cuales se instaura la imagen de sí misma como mujer. Este aprendizaje temprano es un proceso que se desarrolla de modo inconsciente y que marcará la vida de la hija para bien o para mal. Si ha aprendido a ser escuchada, valorada y querida, esto se reflejará en sus relaciones.
Pero si la enseñanza ha consistido en que debe dedicarse a cuidar a los demás y descuidarse a sí misma, copiará y repetirá el triste perfil de su madre y forjará relaciones poco satisfactorias en el mejor de los casos, o vínculos francamente abusivos en caso de situaciones extremas.
Weisz es psicoterapeuta en Dallas. Puedeescribirle a reflexiones_rw@hotmail.com
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El impacto de una poderosa huella materna
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